De pequeño ya daba buenas muestras de su desafortunada virtud,  "Algún día te vas a olvidar la cabeza" le repetía lacónica su madre, preocupada, pero ilusionada a la vez, creyendo en el mito popular que indica que todos los genios son, por defecto despistados.

A veces resultaba gracioso, los sábados iba a por el pan, contaba un chiste, y se volvía sin las vueltas, o incluso sin el pan... Otras le costaba serias reprimendas, como cuando volvía al colegio después de comer, sin estuche, sin mochila, o sin el cuaderno necesario para esa tarde.

El muchcacho fue creciendo, su despiste con él, la genialidad sin embargo no aparecía, quizá latente, o quizá también despistada, no encontraba el camino de salida para que se le viera la cara.

Ya en su vida adulta, y aún aprendiendo a lidiar con su despiste a diario, al muchcacho le dio por hacer deporte, y como no, su despiste lo hacía con el. Como ese día que salías a montar en bici, y la camara de respuesto se quedaba en casa. O la cantidad de veces que al salir a correr el pulsómetro no funciona... por que el despiste ha dejado la banda pectoral en casa. O incluso esas reveladoras situaciones en las que, ya en la piscina (esa gran amiga) con el bañador y las chanclas puestas, descubres que el gorro y las gafas no están, no te han acompañado.

Estas y muchas otras anécdotas forman la Historia de un despiste, que no es autobiográfica... o puede que si.