Exhaustos, sentados en las escaleras del ayuntamiento, los
dos amigos, comentaban como había transcurrido el desafío al que se habían enfrentado solo unos momentos antes, ir hasta la entrada de la vieja granja y
volver. El dueño del bar había retado a todos los jóvenes del pueblo, pero los
dos amigos sabían que únicamente ellos optaban al premio final: el suculento
refresco que ahora compartían. Todo el pueblo lo decía, uno de los dos ganaría
la carrera que cierra las fiestas de la virgen, no tenían rival.
Como cada verano, los dos amigos se convertían en los
mejores amigos, sus bicicletas se convertían en un apéndice más de su cuerpo, y
las calles de aquel pueblo casi deshabitado testigos inmóviles de sus aventuras.
Poco importaba que el resto del año no supieran nada el uno del otro,
durante esos meses no había nada ni nadie que los separara, no había pinar
suficientemente lejano, ni camino inaccesible que no pudieran explorar con sus
inseparables bicicletas. No había mejor sensación en el mundo que la que
compartían los dos amigos sobre ruedas.
Lo que no sabían los dos amigos, era que ese año, ese
verano, esa carrera de fin de fiestas, estaban viviendo los últimos momentos de
su inquebrantable amistad. Ninguno podía imaginarse que al final del siguiente
curso en lugar de vacaciones en el pueblo, habría un campamento de verano, que la
familia preferiría a la playa o que el pueblo acabaría perdiendo su habitual repoblación veraniega. Nunca habían pensado que sus bicicletas, que
tantas veces rodaron juntas, se separarían en un desvío de caminos para no volver a encontrarse.
Aun hoy, mientras recorren interminables kilómetros en sus
modernas monturas, los dos amigos se sorprenden recordando aquellos veranos,
aquel refresco compartido, aquella última carrera que uno de los dos ganó, aquella
sensación de inigualable libertad. Seguramente sus pensamientos se crucen en el
horizonte, y quien sabe si algún día, quizá en el ocaso de su viaje, ambos
lleguen pedaleando hasta el mismo desvío de caminos que les separó.
Juventud, bicicletas y verano, una historia de una vida, y una amistad perdida.
Bravo...
ResponderEliminarAl fin y al cabo, toda persona lleva la bici en la sangre, quien de pequeño no ha recorrido interminables kilometros yendo de lado a lado, con cierto vaiven en medio de amistades que parecian inquebrantables.
Nos hacemos mayores, pero seguimos montandonos en la bici como los niños que fuimos y que aun algo somos.
Me encanta.
Saludos!
Gracias Javier, me alegro que te haya gustao!
EliminarLlevaba todo el verano ruminado la historia en la cabeza recordando anecdotas de juventud, pero me costaba ponerlas en claro en el blog.
Todos seguimos teniendo a nuestro niño dentro, y no hay nada mas sano que dejarle salir de vez en cuando.
Un saludo!!
Muy bonito cariño, tú podrías ser escritor si no fuera porque no te pones nunca a escribir.
ResponderEliminarGracias Aurora, sabia que te gustaría.
EliminarEs más facil escribir cosas bonitas teniendoos a vosotros al lado.
Escritor si, pero otro día si eso ;)
Muy bueno, como se esta perdiendo la cultura del pueblo sin darnos cuenta, pensando que todo lo que mueve masas es lo mejor y olvidamos que la calidad sigue estando en el pueblo
ResponderEliminarademas que si Lolo, amigo, no todos los tiempos pasados fueron mejores, pero es dificil ahora para los niños encontrar esa libertad que nosotros tuvimos cuando eramos guajes!
EliminarNos debemos unas sidras compañero!