Me desperté sobresaltado, no era de día todavía. Otra vez el mismo sueño, otra vez ella.

No había vuelto a pensar en ella desde que mi mujer y yo discutimos el tema; no me quedó más remedio que contárselo; todo quedó claro y mi compromiso fue olvidarla. No será difícil me dije, ya lo hiciste muchas veces antes.

Todo fue bien hasta el martes pasado, en el tren de vuelta a casa mientras dormitaba en mi asiento; al llegara a la cuarta, quizá la quinta parada, se abrieron las puertas y apareció ella; a escasos centímetros de mi, resplandeciente, llena de curvas. Iba con un hombre que no la merecía, no tanto como yo eso seguro; en ningún momento reparó en mi presencia, nunca lo hacían. Apenas pude aguantar un rato antes de bajarme y esperar en la estación a que llegara el siguiente tren. 

En el sueño siempre la misma escena: me levanto de mi asiento se la arrebato de las manos a su acompañante sin rostro y enfilamos la carretera a toda velocidad, sin mediar palabra, la lluvia mezclándose con el sudor y vamos perdiendo el aliento mientras nos alejamos de cualquier rastro de civilización.

No puedo sacarla de mi cabeza, tengo que hacer algo. Apenas si consigo mirar a mi mujer a la cara cuando me pregunta si todo va bien, si hay algo que me preocupa. Esa misma tarde tomo una decisión, ire a por ella. Ya no me importa que parezca egoísta ni lo que piensen los demas, solo se vive una vez, de vez en cuando hay que seguir los impulsos del corazón.

Justo antes de que anochezca llego a su calle, entro a la tienda donde se que voy a encontrarla. La encuentro al fondo distraída entre varias compañeras, la agarro suavemente y la acerco hacia mi, de nuevo sin mediar palabra; la noto ligera entre mis brazos, el corazón se acelera y una sonrisa se va dibujando lentamente en mis labios. Nos dirigimos a la puerta, me paro en el mostrador, respiro hondo y lo digo:

-Hola, me gustaria llevarme esta bicicleta por favor.