Como cruzó la meta antes que yo le tocaba escribir la crónica. Espero que os guste:
Viti me prometió sol y vistas espectaculares. No sé por qué, le creí…
Para los que tenéis o planeáis tener pequeñuelos, ya os imagináis los desafíos logísticos de arrastrar a tu familia a uno de estos eventos cuando el tiempo no acompaña (todo es más fácil cuando hace sol y los peques pueden corretear cual jabatos salvajes por los alrededores de la carrera). Para que te saluden ese breve instante en la meta -cuánta potencia dan esos gritos de ánimo, verdad? La mejor barrita enérgetica que te puedes embutir- ellos tienen que esperar durante horas.
Superada esta fase preparatoria y dejando a las familias asentadas, el Viti y yo fuimos a la salida. Allí vacíamos la vejiga como corresponde, varias veces en mi caso porque por un lado estoy abuelo y por otro me excito como un chiquillo con estas cosas. Después calentamos profesionalmente mientras Viti gruñía intentando convencerme de que saliéramos con la oleada 1 en vez de la 2 como nos tocaba. Aquí no me pudo convencer, así que se tuvo que conformar con hacerse unos selfies conmemorativos mientras esperábamos nuestro turno “oficial”.
Chispeó un poco, pero nada grave, así que metí el chubasquero en el bolsillo… Viti me dice que correremos juntos hasta el avituallamiento, y luego cada uno que haga lo que pueda (lo que quiso decir es “primero te doy cancha, y luego te voy a hacer morder el polvo”).
Y anunciaron la salida!
El primer tramo son unos 700 metros sobre arena blanda de playa. Ideal para disparar tus pulsaciones más allá de 170 nada más empezar (ya sé que ésto no es nada para ciertos postureos, pero para mí es cerca del “límite flato”). Menos mal que hemos calentado bien; cada vez que se me hunde un pie en la arena hago un esfuerzo por recordar que he pagado por participar en ésto y tengo que disfrutarlo!
Después tenemos un trecho de 1 kilómetro o así sobre asfalto, antes de llegar al camino de tierra, piedras, barro y charcos del acántilado. Se puede ir más deprisa que sobre las arenas movedizas de antes, pero hay que controlar las pulsaciones para evitar flato maligno. Víctor va tan pancho como si estuviera dando un paseo por la playa – hey, hasta cierto punto es verdad.
Empezamos a trepar la suave pendiente del camino. Los tres primeros charcos te molestas en esquivarlos, pero después da lo mismo y chapoteas en ellos con jolgorio poco disimulado. Hemos entrado en calor y se me ocurre la insolencia de pedir en voz alta un poco de lluvia para refrescarnos. Pagaríamos por ello.
La pendiente es suave e irregular, pero manejable. Más complicado es esquivar los pedruscos que asoman entre el barro como los dientes de un dinosaurio carnívoro (tenía que meter alguna referencia para biólogos frustrados como yo). Voy tan concentrado en mis pisadas que apenas me fijo en el paisaje o las vistas al mar. Dicen que son preciosas; yo me las perdí todas.
Llegamos al mini punto de avituallamiento: apenas una mesita plegable con vasos de cartón con agua, justo a mitad de recorrido. Se agradece echar un trago, da casi energía y todo. Según nuestro acuerdo inicial, ahora empieza la carrera de verdad, así que Víctor se despega de mí y tira para alante con sus patas de garza. Cuando sea mayor quiero ser alto como él y no medir menos que los niños de 12 años de hoy en día (qué comen las nuevas generaciones??).
Descendemos hacía Bray, y los dioses de la tormenta responden ahora a mis plegarias anteriores, enviando chorros de agua intensos y constantes. Como dirían en Irlanda, “llueven perros y gatos”. En apenas unos minutos estoy calado hasta los calzoncillos. Demasiado tarde para ponerse el chubasquero que llevo en el bolsillo, supongo… aunque con ese volumen de agua, habría dado igual.
Se acaba el camino y dejamos atrás el barro y los charcos. Ahora viene el trozo más molesto, quizás porque empieza a notarse el cansancio: un kilómetro y medio sobre piedras sueltas, como gravilla gorda, en la playa de Bray. Lo bueno es que se ve la meta ya en la distancia. Lo malo es que hay que pasarla, seguir unos quinientos metros, y luego volver a ella – tortura psicológica. Muchos cobardes se salen al paseo marítimo asfaltado que va paralelo a la playa. Nosotros no! Seguimos adelante como buenos machos peludos y valientes!
Para mi sorpresa, alcanzo a Víctor y le paso en este tramo. Me está dejando ganar? Es una trampa para luego adelantarme en plan sobrado en la recta final? Decido ponérselo difícil y aprieto el ritmo todo lo que puedo. Correr sobre estos pedruscos redondeados (como piedras de río medianas) es casi tan cansado como correr sobre arena suelta. Veo a la familia animando y éso me da un chute de energía. Están casi tan mojados como yo, después de esperar bajo la lluvia media hora (fueron un tanto optimistas con mi tiempo de llegada!).
Enfilo la recta final, unos 500 metros sobre asfalto. Víctor sigue a unos 20 metros por detrás… está planeando algo maléfico, seguro! Quiere pasarme en plan correcaminos en este ultimo trozo!
Pongo toda la energía restante en las piernas e intento ignorar la sensación de ahogo cuando siento que la nariz se me empieza a cerrar por dentro.
Acelerón final y cruzo la meta antes que el patas de garza, increíble! Él llega unos segundos después – está claro que si no hubiera ido a mi lado hasta el kilómetro cinco, y hubiera ido a su propio ritmo desde el principio, habría llegado él primero. Pero ahora puedo decir que le he ganado!
Total, los 10 km en 51 minutos. Teniendo en cuenta las superficies molestas sobre las que hemos corrido, las cuestas arriba, y los trechos de escalones, es un resultado razonablemente bueno.
Totalmente calados recogemos nuestra camiseta y comida, y nos reunimos con la familia, que tienen esa cara mezcla de “Qué contentos estamos por vosotros” y “Qué cansados estamos de esperaros, machotes”. Qué seríamos nosotros sin el apoyo de nuestras familias y sus sacrificios para permitirnos poder hacer estas cosas?
La calada tremenda me recompensaría con un resfriado y tos intensa durante los cuatro días siguientes, pero la marca que he dejado en mi training log para este día no se borrará nunca J Eso sí, no sé si me voy a dejar convencer para otro año… a menos que me garanticen sol y vistas espectaculares, claro.
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